La mayoría de las personas respiran disfuncionalmente y no son conscientes de ello. Este tipo de respiración se instaura en el sistema a temprana edad o bien en la preadolescencia y los acompaña el resto de su vida.
Algunos de los síntomas destacables son agotamiento, deshidratación, ojeras, vista cansada, palidez, sensación de frío y falta de concentración, así como periodos de hiperactividad, somnolencia, disminución de atención, irritabilidad, problemas circulatorios, ronquidos, apneas de sueño, hipoapneas, asma, babeo nocturno, rinitis, alergias, problemas digestivos, nerviosismo, pesadez, alteraciones del pH, problemas posturales y anatómicos, voz ronca, adenoides anormales, problemas esqueléticos, deglución atípica, paladar ojival, mordida cruzada, maloclusión dental, halitosis, disminución del gusto y olfato, caries, gingivitis, dimensión facial estrecha, estrechamiento de los senos paranasales, alteración craneofacial vertical, problemas fonéticos, resfriados, dolores de cabeza, cefaleas, problemas circulatorios, cardiopatías, diabetes, sistema inmunológico débil y propensión a dolores y enfermedades.
El principal causante de esta disfuncionalidad es la respiración oral. Es decir, la boca está exclusivamente diseñada para hablar y comer, no para respirar. La nariz es el único órgano que debemos de utilizar para respirar y nunca usar la boca porque la respiración disfuncional crea reacciones en cascada por todo el organismo a causa del exceso de oxígeno (O2), producto de la hiperventilación oral. Luego el cuerpo no tiene más O2 del que necesita. La nariz ocupa un espacio considerable en el cráneo y tiene muchas funciones. Así, la respiración nasal calienta el aire entrante, humedeciéndolo y filtrando las bacterias y las partículas presentes en él.
Diariamente inhalamos unos 100 billones de bacterias. Cuando respiramos por la boca no filtramos las partículas entrantes, nuestros canales aéreos se van estrechando y dificultan el correcto flujo de aire hacia nuestros pulmones, provocando daños a nivel tisular. La nariz retiene calor y expulsa un 42% menos de agua de la que sale del cuerpo cuando exhalamos por la boca. Por lo tanto, retenemos más agua y evitamos la deshidratación continua.
Respirar de forma oral, supone incrementar nuestro volumen de respiración secando boca y labios. Tenemos un agente químico protector llamado Óxido Nítrico (NO) que es producido en las cavidades y los paranasales y que solo se activa con la respiración nasal. Se encarga de eliminar las bacterias entrantes, ampliar las vías aéreas y los vasos sanguíneos. De forma que, cuando respiramos por la boca el NO no se pone en marcha liberando la barrera protectora, dejándonos a merced de inhalar todo tipo de bacterias del ambiente. Por ejemplo, eso explica que cuando hacemos deporte tendemos a resfriarnos y ponernos enfermos porque solemos inhalar un volumen de aire mayor, más fuerte y sin activar el NO. Cuando se respira a través de la boca inhalamos más frecuentemente, de una manera forzada y en mayor volumen, respirando de forma superficial y utilizando solo una parte reducida de nuestros pulmones. Esto trae numerosas consecuencias negativas al sistema, que ya explicaré en otro post. Por lo que se refiere a nivel muscular, la respiración oral fuerza los músculos del cuello, garganta, espalda y hombros causando agotamiento, cansancio y tensión muscular redundando en molestias, espasmos y dolor localizado sobre estas áreas.
La Respiración Funcional requiere que inhalemos y exhalemos solo con la nariz, nunca con la boca. Si no eres capaz, debido a tu estado fisiológico, ve poco a poco, probando unos cuantos minutos al día. Por el contrario, si tu condición lo permite, intenta respirar solo con la nariz las 24 h. De momento, evitarás que los patógenos del aire dañen tu sistema inmunológico.